William Faber, de 18 años, era como cualquier otro hombre
joven haciendo la transición de la secundaria a la universidad. Robusto, viril
y apasionado, emocionado por extender sus alas y volar de su casa, pronto para
conquistar el éxito y el dinero anhelado para vivir la vida que siempre soñó. Pero
como la mayoría de los hombres jóvenes, Faber también tenía cierta
incertidumbre en algunas cosas. Su incertidumbre no estaba en elegir una buena universidad, o si dejar a su novia del secundario para mudarse de ciudad o las
cosas comunes que afectan a nuestros jóvenes.
Faber luchaba con un demonio de angustia mental mayor: la
homosexualidad.
En su pubertad la sexualidad de Faber fue sometida a una
dura decisión, el decidió seguir el camino de la homosexualidad que nosotros, las
generaciones mayores no podemos entender. Pero a nuestros jóvenes le presentan
esta opción de una manera tan flagrante y acogedora a través de los medios de
televisión, música, periódicos y revistas e incluso en los rincones secretos de
los vestuarios que Faber se encontró en secreto y casi sin quererlo participando
de ese estilo de vida pecaminoso.
En una edad donde su instinto natural debería haberlo guiado
a la búsqueda de todas las mujeres posibles, Faber sufrió en silencio: se había
caído al infierno de la homosexualidad debido a la trampa puesta por años de
política liberal y su fijación de atraer hombres y mujeres jóvenes a caer en este
estilo de vida peligroso.
Faber se identificaba como gay ante sus "amigos del closet",
pero en el fondo él tenía otro secreto: él estaba luchando con el cristianismo.
Faber fue expuesto a la Biblia por algunos amigos que estaban tratando de
salvarlo de la Agenda Homo-Gay mediante sus oraciones y la revelación de las
Escrituras como Levítico 18:22 y mi favorito en la materia, Levítico 20:13.
El adolescente gay William Faber, pasaba el día y la noche
preocupado porque quería ser cristiano, pero pensaba que perdería a todos sus
fabulosos amigos en caso de convertirse completamente a la moral de Dios. Pero
suaves susurros del mismísimo Dios en sus oídos no lo dejarían solo nunca, él podía sentir
que en el fondo era cristiano, y que cambiaría para siempre su "círculo
social" muy bien mantenido y apreciado.
Cuanto más escuchaba
a sus amigos y más leía las publicaciones de nuestra iglesia más se daba cuenta de una verdad que nacía en sus entrañas y cada vez afloraba más:
En el fondo, era un
fundamentalista, un cristiano conservador.
Faber sabía que si le decía eso a sus amigos gays,
ellos ya no estarían interesados en mantenerlo en su "estrecho círculo
social”.
Para un homosexual, el "círculo social" es algo
más que una frase. Es una insinuación de su estilo de vida, un pacto por la
parte trasera del cuerpo que les hace pecadores al tiempo que forja lealtad.
Los grupos de amigos gays suelen armar “rituales” donde juran lealtad los unos a los
otros. Ellos se turnan para empujar su pene en otro miembro del "círculo
social", y luego le dicen a los ajenos al grupo que tienen una “amistad
profunda” mientras se guiñan un ojo el uno al otro todo el tiempo en señal de complicidad.
El ritual nos parece extraño, promiscuo e incluso desagradable a nosotros los foráneos, pero para Faber y sus amigos, el pacto de amistad se sella con
tales payasadas. Romper el pacto tiene consecuencias muy serias, es visto como
desertar del ejército o como que un padre en un momento de necesidad no esté
disponible para cuidar de su familia.
En su interior Faber reflexionaba "no sé lo que me está
pasando", "me ciego con estos extraños impulsos a veces, y de repente
me dan ganas de ir a escondidas de mis amigos a un servicio de la iglesia, o a censurar
libros en la biblioteca de la escuela”.
Faber contó que salió de su adolescencia a los 14 años,
cuando admitió que un viejo episodio de Will y Grace le dio la confianza para
probar un novio.
El cajón de Faber: el choque entre la vergüenza y el arrepentimiento
"Yo era joven y la televisión me dijo que
estaba bien probar. Es decir que era normal. Así que lo probé ", confesó
entre lágrimas Faber.
Pero a través de los años, cierto instinto y el deseo de ser
normal de Faber, de tener una familia y conocer los placeres que una mujer puede
entregar, salieron a la superficie. Cada vez que pasaba por una iglesia, sentía
un vehemente deseo de entrar.
Pero el distanciamiento social que implicaría y el acoso al
que lo someterían los liberales en Facebook que lo discriminarían por abandonar
la homosexualidad era algo que no podía soportar siquiera pensar.
"Es como si ni siquiera supiera quién soy" nos dijo
el adolescente asustado. "Mantener esta obsesión secreta con un dogma
radical a escondidas de mis padres, maestros y compañeros de secundaria
me está destrozando."
Faber estaba preocupado de que su vida homosexual a una edad
tan temprana lo hubiese condenado para siempre, pero gracias a la confesión
pública de varios políticos cristianos, Faber se enteró de que
uno o dos paseos en los campos de la homosexualidad no te hacen una mala
persona, si te comprometes a trabajar el doble contra dicha conducta.
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